No importa lo que miras, importa como lo ves.
La decisión de separarse no es
fácil y además en muy pocos casos se decide de mutuo acuerdo, es decir,
generalmente siempre lo tiene más claro una parte que otra. Es una realidad que
cuesta mucho asimilar.
Las relaciones de pareja nacen
sin garantías de continuidad, pueden durar toda la vida o no. Ser consciente de
esta realidad nos puede servir para tolerar y aceptar el posible final.
Ser pareja de una persona que ha
decidido no continuar a nuestro lado, quizás sea una buena razón para comenzar
este proceso de cambio. Un proceso que atraviesa diferentes fases y que se
complica, pues es habitual que cada parte se encuentre en diferentes momentos
del proceso.
Si nuestra relación de pareja ha
finalizado, el paso siguiente es proceder a una separación judicial que no
tiene por qué, de ningún modo, constituir
una ruptura familiar.
Hasta el momento el divorcio lo rompía todo, la
relación de pareja y la familia, la relación con la familia extensa, el grupo
de amigos comunes, etc.…
Mi visión y forma de enfocar el
proceso es diferente, el divorcio pone fin a la relación conyugal pero es sólo:
“el
principio de un final que va a durar toda la vida” siempre que existan hijos en común.
Por lo tanto, seamos coherentes
con lo que estamos haciendo, las relaciones de pareja terminan y es saludable
que lo hagan, pues no podemos empeñarnos en que funcionen si no lo hacen. La
familia que hemos creado sigue su curso, es un sistema vivo, que se transforma y de nosotros depende que podamos visualizar
un buen futuro.
No es fácil atravesar un proceso
de divorcio pero es fundamental cambiar nuestras gafas y poder ver de nuevo que,
cada día amanece de un color diferente y que nuestra forma de ver y sentir el
mundo determinará nuestra realidad.
“El amor es un riesgo terrible
porque no sólo nos comprometemos a nosotros mismos. Comprometemos a la persona
amada, comprometemos a los que nos aman sin que los amemos y a los que la aman
sin que ella los ame”
Edgar Morin
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